El viejecito de ropas rojas y
barba blanca que vemos en vísperas de Navidad en los comercios de todo el mundo
se ha convertido en ícono cultural de la sociedad de consumo del tercer
milenio. El sonriente personaje, que encanta a los niños, fue forjado a lo
largo de los últimos diecisiete siglos, basado en la historia de un obispo que
vivió en el siglo IV.
La ciudad de Mira, en el antiguo
reino de Licia, actual territorio de Turquía, tuvo un prelado llamado Nicolás,
célebre por la generosidad que mostró con los niños y con los pobres, y que fue
perseguido y encarcelado por el emperador Diocleciano. Con la llegada de
Constantino al trono de Bizancio —ciudad que con él se llamó Constantinopla—,
Nicolás quedó en libertad y pudo participar en el Concilio de Nicea (325).
A su muerte fue canonizado por la
Iglesia católica con el nombre de san Nicolás. Surgieron entonces innumerables leyendas sobre milagros realizados por el santo en beneficio de los pobres y de
los desamparados. Durante los primeros siglos después de su muerte, san Nicolás
se tornó patrono de Rusia y de Grecia, así como de incontables sociedades
benéficas y, también, de los niños, de las jóvenes solteras, de los marineros,
de los mercaderes y de los prestamistas. Ya desde el siglo VI, se habían venido
erigiendo numerosas iglesias dedicadas al santo, pero esta tendencia quedó
interrumpida con la Reforma, cuando el culto a san Nicolás desapareció de toda
la Europa protestante, excepto de Holanda, donde se lo llamaba Sinterklaas (una
forma de san Nicolás en neerlandés).
En ese país, la leyenda de
Sinterklaas se fusionó con antiguas historias nórdicas sobre un mítico mago que
andaba en un trineo tirado por renos, que premiaba con regalos a los niños
buenos y castigaba a los que se portaban mal.
En el siglo XI, mercaderes
italianos que pasaban por Mira robaron reliquias de san Nicolás y las llevaron
a Bari, con lo que esa ciudad italiana, donde el santo nunca había puesto los
pies, se convirtió en centro de devoción y peregrinaje, al punto de que hoy el
santo es conocido como san Nicolás de Bari, un lugar que él nunca conoció.
En el siglo XVII, emigrantes
holandeses llevaron la tradición de Sinterklaas a los Estados Unidos, cuyos
habitantes anglófonos adaptaron el nombre a Santa Claus, más fácil de
pronunciar para ellos, y crearon una nueva leyenda, que acabó de cristalizar en
el siglo XIX, sobre un anciano alegre y bonachón que en Navidad recorre el
mundo en su trineo, distribuyendo regalos.
Hasta los primeros años del siglo
XX, Santa Claus era representado como un hombre muy alto y delgado, con una
imagen que inspiraba temor. La campaña publicitaria que lanzó la Coca-Cola en
1921 lo convirtió en un hombre regordete, sonriente y de rostro sonrosado, que
vestía las ropas con que lo conocemos, del color rojo que caracteriza la
propaganda de esa compañía.
De esa forma, Santa Claus se
convirtió rápidamente, en los Estados Unidos, en símbolo de la Navidad, en
estímulo de las fantasías infantiles y, sobre todo, en ícono del comercio de
regalos navideños, que anualmente moviliza miles de millones de dólares.
Esta tradición no demoró en
cruzar nuevamente el Atlántico, ahora remozada, y en extenderse por varios
países europeos, en algunos de los cuales Santa Claus cambió de nombre. En el
Reino Unido se le llamó Father Christmas (papá Navidad); en Francia fue
traducido a Père Noël (con el mismo significado), nombre del cual los españoles
tradujeron solo la mitad, para adoptar Papá Noel, que se extendió rápidamente a
América Latina.
FUENTE:http://www.elcastellano.org/
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